El perro principalmente y, sólo ocasionalmente, el gato (menos impulsivo, más calculador y selectivo) suelen ser las víctimas del contacto. Éste se puede producir con la hilera de procesionaria en movimiento, con nidos caídos al suelo que hacen desprender en el entorno los pelos urticantes o, muy ocasionalmente, con pelos llevados por el viento que dan por ejemplo afecciones oculares.
La sintomatología clásica es la del contacto oral: el animal demuestra nerviosismo, actos de deglución rápidos, se toca la boca con las patas, hipersalivación pero en casos más severos pueden llegar a tener una reacción alérgica aguda, se les hincha la lengua y pueden tener dificultades para respirar y desarrollar convulsiones.
El diagnóstico y tratamiento temprano es fundamental para limitar las secuelas, hay gente que lleva encima pastillas o incluso inyecciones para administrar por si acaso se encuentran en zonas remotas pero lo mejor es llevar al animal al veterinario lo antes posible para que éste le administre el tratamiento correcto.
Mientras llegan al veterinario se puede lavar las zonas que han estado en contacto con agua con agua caliente y sin frotar ya que ésta desactiva la toxina.
La mejora manera de prevenir estas reacciones es impedir el contacto con estas orugas, evitando las zonas donde hay nidos en primavera o poniendo bozales de cesta cuando salgan a pasear.
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